Nunca fui muy bueno en física.
De hecho, tuve que repetir el
antiguo COU por tener suspendida la Física y Química de 3º de BUP. Pero siempre
me fascinó el sentido del espacio y el tiempo como conceptos relativos. Y es
que dos años pueden ser algo insignificante o toda una eternidad. Cuando tienes
44 años has vivido unos cuantos pares de 2 años, muchos de ellos anodinos, con
apariencia insignificantes aunque uno se esfuerce por vivir cada año de su vida.
Era un 24 de abril de 2014 cuando
aterrizaba en Bogotá. Ni era la primera vez que cruzaba un océano ni la primera
vez que iba a vivir en un país diferente al mío. Tampoco era nueva la sensación
de haber medio empacado una vida anterior y tener cierta sensación de huida.
No sé muy bien por qué la gente
de IAP confió en mí como voluntario y no sé tampoco en qué momento de venir
para un año con unas tareas y funciones concretas, la cosa devino en dos años
con otras tareas y funciones. De pasar más de 680 horas viajando en bus de un
lado a otro y de dormir 171 noches fuera de casa a estar más centrado en
asuntos de gestión, de informes, de equipo. Supongo que es la vida que te lleva
y yo soy bastante de dejarme llevar.
Dos años, el primero mirando mucho
allá y el segundo mucho acá. Son las dinámicas de reubicar planos de realidad
vitales. Comienzas una vida acá con los anclajes allá y, poco a poco,
diferentes anclajes de allá se van soltando y vas generando nuevos acá. Eso se
llama "estar amañado" en este país y será que sí. Nuevas palabras y
expresiones, maneras de funcionar, comidas, costumbres, etc. dejan de ser
nuevas y pasan a ser parte de tu cotidianeidad.
Estar en Colombia en este momento
histórico para este país lo considero una suerte. Comprobar cómo el trabajo de
las organizaciones con las que colaboramos y que tanto han sufrido comienza a
tener sentido. Que todas las penurias sufridas desde amenazas, pasando por
desplazamientos forzados y terminando en asesinatos pueden tener su fin y
conseguir un país en Paz, es emocionante.
Desde que llegué aquí he tenido
14 compañeros y compañeras diferentes dentro de IAP y he podido comprobar cómo
nuestro trabajo fortalece el trabajo de las organizaciones campesinas y han
habido mucho momentos maravillosos pero también momentos bastante duros.
No puedo olvidar que a los 9 días
de llegar a Colombia y en mi primer acompañamiento terminé retenido más de dos
horas por la Policía y trasladado a Migración con mi compañera Eva. No había
llegado y ya me veía de vuelta en casa. Tampoco se me olvidará estar dos horas
y media retenido por la Infantería de Marina en el Río Guayabero con más de 700
campesinos en barcas a la deriva con mi compañero Julio. Complicado no tener
presente el momento de captura y detención de Esmer Montilla (Presidente de la
Fundación DHOC) y la posterior visita a la cárcel de Villavicencio con mi
compañera Laura. Imposible no tener presente William Castillo, asesinado hace
unas semanas, y con el que estuve en una comisión de verificación en el Bagre
departiendo y charlando con mi compañera Ana.
Pero como me decía el otro día
Don Gilberto, uno de los históricos líderes de la Asociación Campesina del Rio
Cimitarra, con esa voz calmada y siempre pedagógica que tantos años de
persecución, de señalamientos, de compañeros caídos por trabajar por las comunidades
campesinas y los Derechos Humanos iban a terminar. Tenían que terminar, no
queda otra opción.
El caso es que hoy hace dos años
que llegué a Colombia y tras tanto tiempo de navegar en la vida tengo la
sensación de que he encontrado mi lugar en mi mundo, por este momento, y
también tengo la sensación de que tengo el trabajo que siempre quise tener y
que me ha costado más de 25 años darme cuenta de ello.
Supongo que es el primer trabajo
que he tenido en el cual he entendido la lógica de la tarea de principio a fin.
El porqué de las cosas y tengo claro quiénes son los "buenos" y
quiénes los "malos" y nosotros somos de los buenos, de eso no tengo
ninguna duda.
Mientras escribo escucho: Two more years. Bloc Party