domingo, 27 de julio de 2014

Todo comenzó mal

Cuando a mi compañera le extraviaron la mochila entre cambio de buseta, viaje en moto, buseta de nuevo, taxi pirata y demás. Eso significaba que me tenía que pasar tres semanas sin tienda de campaña y que me iba a tocar dormir al raso. Pero al puro raso, es decir esterilla al suelo y saco de dormir y listo.

Y esa no fue el mejor modo de pasar las tres semanas y pico que pasé en el Refugio Humanitario de la vereda de Mesitas en el Municipio de Hacarí.

Un Refugio Humanitario es una figura reconocida y auspiciada por el Derecho Internacional Humanitario (DIH para los amigos) que son las normas internacionales que rigen los conflictos armados y, en Colombia, hay uno que dura ya más de 50 años. A grosso modo el DIH se conforma en una serie de articulados que pretenden proteger a la población civil de las acciones armadas de las partes en conflicto porque, como en todas las guerras, quien se lleva la peor parte es la gente corriente que tiene la mala suerte de vivir donde se desarrolla la guerra.

Y un Refugio Humanitario se conforma en situaciones insostenibles de violación de Derechos Humanos (DDHH para los conocidos) y eso es lo que estaba pasando en esa zona y, por ello, se conformó ese refugio que no deja de ser un espacio físico delimitado donde ningún actor armado puede entrar ni actuar y lo debe respetar y donde la población civil acude para estar protegida.

La zona en cuestión es uno de los núcleos de la guerra más serios en Colombia, en esa zona confluyen las tres guerrillas y, con ellas, los constante operativos de Policía y Ejército. Además, sucede lo que sucede siempre en una guerra. Si hay una guerra es por intereses y por dinero o posible dinero. A nadie le interesa el campo como tal, por sus vacas y sus palos de yuca. El Catatumbo, en este caso, interesa porque es un yacimiento impresionante de carbón, oro, coltan y otras cosicas apetecibles.

La cosa se puso más bonita cuando el ELN decidió "celebrar" su 50 aniversario con un paro armado que viene a ser que en 72 horas ellos "mandan" no se podía circular por los caminos y el comercio debía estar cerrado. Una buena manera de respetar los DDHH y el Refugio Humanitario.

El caso es que cuando la cosa se pone fea nos llaman a nosotros y ahí que vamos, estamos, sufrimos, convivimos e intentamos comprender a la gente de allá. Duro y bonito a la vez. Porque lo de Colombia no deja de ser una guerra, una guerra que dura ya 50 años.

Una guerra demoledora en cifras donde se estima, según la Unidad de Víctimas, que entre los años 1985 y 2013 más de 6,2 millones de colombianos han sido víctimas del conflicto armado. Casi 5,5 millones de personas desplazadas de sus hogares por la guerra, más de 700.000 homicidios, más de 144.000 personas amenazadas, más de 76.000 personas que han perdido sus bienes o más de 57.000 personas víctimas de combates y atentados. Y estas son cifras registradas y de casos reconocidos; los casos no denunciados o no reconocidos convertirían estas cifras en realmente insoportables.

Y es que Colombia es el país de Latinoamérica que más dinero destina al gasto militar con respecto del producto interno bruto (PIB), y que de 2009 a 2012 ha rondado el 3,5%, según el Instituto Internacional de Estudios para la Paz (SIPRI) de Estocolmo y el Banco Mundial.

Sin embargo, la guerra no es como nos la han contado en las películas. Si esperas encontrarte con don bandos claramente definidos atrincherados luchando en un campo de batalla por avanzar y conquistar puntos estratégicos del enemigo eso no sucede.

Y es que la guerra es diferente. En Colombia, la guerra es asimétrica ya que hay zonas del país donde ni se percibe y en otros donde no la ves pero la percibes constantemente. Hay una grandísima diferencia en las percepciones y las vivencias entre las zonas rurales y las zonas urbanas. Y esta es una de las claves.

Porque Colombia tiene un crecimiento económico envidiable hasta un 4,1% en 2013 y se espera que crezca hasta el 4,5% en 2014, según el Banco Mundial, pero donde la redistribución de la riqueza no fluye ya que un tercio de la población vive por debajo del umbral de la pobreza según datos del propio Gobierno colombiano y no existen las protecciones sociales universales, tal y como las entendemos en Europa.

Según el Cerac y el PNUD se estima que sin guerra los crecimientos anuales rondarían el 8% y se generarían 250.000 nuevos empleos, todo un golpe a la pobreza.

Esta pobreza es especialmente dura en las zonas rurales y es en estos lugares donde surgieron y se refugian las guerrillas y, por eso, la guerra se disputa en estas zonas. En estas zonas rurales, en especial en el Catatumbo, los hostigamientos a la población civil son constantes tanto por parte de la guerrilla como por el ejército generando una constante situación de miedo, inseguridad y de vulneración de los DDHH de estas personas.

Aquí percibes que la guerra está integrada en la vida cotidiana en el día a día. Tan pronto ves al ejército en la plaza del pueblo o constantes idas y venidas de helicópteros, como se escuchan ráfagas y luego te enteras que casi alcanzan a militares y unos niños que andaban por ahí.

Sales a hacer tu trabajo de acompañamiento y no ves a ningún actor armado pero sabes y percibes que te están observando posiblemente ambos bandos. Y al final, como en toda guerra, quien sufre y paga los platos rotos es la población civil que sólo quiere seguir estando orgullosa de vivir en su país y trabajar su tierra.

Así que ni me enteré que pasaron los sanfermines (mejor) aunque sí que voy a echar de menos las fiestas de Estella, ni sé cual es la canción del verano y justo vi la Final del Mundial de incógnito y escondiendo las cervezas que me regalaban porque, de servicio, ni gota de alcohol... se supone.

Y tras haber ordenado unas cosicas de la cabeza y otras del corazón ya han pasado tres meses y en breve toca salir de nuevo pero ya planeo unos 10 días en la costa colombiana con un poco de surf, un algo de submarinismo y bastante cerveza y, lo mejor de todo, unas navidades en Brasil.


Así es la vida del cooperante, amigos.

Mientras escribo escucho The Herbalaiser: "The missing suitcase"