Cuando a mi compañera le
extraviaron la mochila entre cambio de buseta, viaje en moto, buseta de nuevo,
taxi pirata y demás. Eso significaba que me tenía que pasar tres semanas sin
tienda de campaña y que me iba a tocar dormir al raso. Pero al puro raso, es
decir esterilla al suelo y saco de dormir y listo.
Y esa no fue el mejor modo de
pasar las tres semanas y pico que pasé en el Refugio Humanitario de la vereda de Mesitas en el Municipio de Hacarí.
Un Refugio Humanitario es una
figura reconocida y auspiciada por el Derecho Internacional Humanitario (DIH
para los amigos) que son las normas internacionales que rigen los conflictos
armados y, en Colombia, hay uno que dura ya más de 50 años. A grosso modo el
DIH se conforma en una serie de articulados que pretenden proteger a la
población civil de las acciones armadas de las partes en conflicto porque, como
en todas las guerras, quien se lleva la peor parte es la gente corriente que
tiene la mala suerte de vivir donde se desarrolla la guerra.
Y un Refugio Humanitario se
conforma en situaciones insostenibles de violación de Derechos Humanos (DDHH
para los conocidos) y eso es lo que estaba pasando en esa zona y, por ello, se
conformó ese refugio que no deja de ser un espacio físico delimitado donde
ningún actor armado puede entrar ni actuar y lo debe respetar y donde la
población civil acude para estar protegida.
La zona en cuestión es uno de los
núcleos de la guerra más serios en Colombia, en esa zona confluyen las tres
guerrillas y, con ellas, los constante operativos de Policía y Ejército.
Además, sucede lo que sucede siempre en una guerra. Si hay una guerra es por
intereses y por dinero o posible dinero. A nadie le interesa el campo como tal,
por sus vacas y sus palos de yuca. El Catatumbo, en este caso, interesa porque
es un yacimiento impresionante de carbón, oro, coltan y otras cosicas
apetecibles.
La cosa se puso más bonita cuando
el ELN decidió "celebrar" su 50 aniversario con un paro armado que
viene a ser que en 72 horas ellos "mandan" no se podía circular por
los caminos y el comercio debía estar cerrado. Una buena manera de respetar los
DDHH y el Refugio Humanitario.
El caso es que cuando la cosa se
pone fea nos llaman a nosotros y ahí que vamos, estamos, sufrimos, convivimos e
intentamos comprender a la gente de allá. Duro y bonito a la vez. Porque lo de
Colombia no deja de ser una guerra, una guerra que dura ya 50 años.
Una guerra demoledora en cifras donde se estima, según la
Unidad de Víctimas, que entre los años 1985 y 2013 más de 6,2 millones de
colombianos han sido víctimas del conflicto armado. Casi 5,5 millones de
personas desplazadas de sus hogares por la guerra, más de 700.000 homicidios,
más de 144.000 personas amenazadas, más de 76.000 personas que han perdido sus
bienes o más de 57.000 personas víctimas de combates y atentados. Y estas son
cifras registradas y de casos reconocidos; los casos no denunciados o no
reconocidos convertirían estas cifras en realmente insoportables.
Y es que Colombia es el país de Latinoamérica que más dinero
destina al gasto militar con respecto del producto interno bruto (PIB), y que
de 2009 a 2012 ha rondado el 3,5%, según el Instituto Internacional de Estudios
para la Paz (SIPRI) de Estocolmo y el Banco Mundial.
Sin embargo, la guerra no es como nos la han contado en las
películas. Si esperas encontrarte con don bandos claramente definidos
atrincherados luchando en un campo de batalla por avanzar y conquistar puntos
estratégicos del enemigo eso no sucede.
Y es que la guerra es diferente. En Colombia, la guerra es asimétrica ya que hay zonas del país donde ni se percibe y en otros donde no la ves pero la percibes constantemente. Hay una grandísima diferencia en las percepciones y las vivencias entre las zonas rurales y las zonas urbanas. Y esta es una de las claves.
Porque Colombia tiene un crecimiento económico envidiable
hasta un 4,1% en 2013 y se espera que crezca hasta el 4,5% en 2014, según el
Banco Mundial, pero donde la redistribución de la riqueza no fluye ya que un
tercio de la población vive por debajo del umbral de la pobreza según datos del
propio Gobierno colombiano y no existen las protecciones sociales universales,
tal y como las entendemos en Europa.
Según el Cerac y el PNUD se estima que sin guerra los crecimientos anuales rondarían el 8% y se generarían 250.000 nuevos empleos, todo un golpe a la pobreza.
Esta pobreza es especialmente dura en las zonas rurales y es en estos lugares donde surgieron y se refugian las guerrillas y, por eso, la guerra se disputa en estas zonas. En estas zonas rurales, en especial en el Catatumbo, los hostigamientos a la población civil son constantes tanto por parte de la guerrilla como por el ejército generando una constante situación de miedo, inseguridad y de vulneración de los DDHH de estas personas.
Aquí percibes que la guerra está integrada en la vida
cotidiana en el día a día. Tan pronto ves al ejército en la plaza del pueblo o
constantes idas y venidas de helicópteros, como se escuchan ráfagas y luego te
enteras que casi alcanzan a militares y unos niños que andaban por ahí.
Sales a hacer tu trabajo de acompañamiento y no ves a ningún
actor armado pero sabes y percibes que te están observando posiblemente ambos
bandos. Y al final, como en toda guerra, quien sufre y paga los platos rotos es
la población civil que sólo quiere seguir estando orgullosa de vivir en su país
y trabajar su tierra.
Así que ni me enteré que pasaron
los sanfermines (mejor) aunque sí que voy a echar de menos las fiestas de
Estella, ni sé cual es la canción del verano y justo vi la Final del Mundial de
incógnito y escondiendo las cervezas que me regalaban porque, de servicio, ni
gota de alcohol... se supone.
Y tras haber ordenado unas
cosicas de la cabeza y otras del corazón ya han pasado tres meses y en breve
toca salir de nuevo pero ya planeo unos 10 días en la costa colombiana con un
poco de surf, un algo de submarinismo y bastante cerveza y, lo mejor de todo,
unas navidades en Brasil.
Así es la vida del cooperante,
amigos.
Mientras escribo escucho The Herbalaiser: "The missing suitcase"